RAÚL CONDE Especial para EL MUNDO Galve de Sorbe (Guadalajara)
Laderas enteras calcinadas. Jaras y estepas soterradas bajo un manto negro. Robles hendidos, enebros requemados, ristras enteras de monte bajo desaparecidas. Columnas de humo que se divisan desde 30 kilómetros a la redonda.
Aviones anfibios descargando agua de los pantanos del alto Sorbe. Brigadas antiincendios encorajinados en la lucha, pese a sufrir este año despidos y ajustes laborales. Agricultores, pertrechados con su maquinaria, trazando unos improvisados cortafuegos. Ancianos trajinando como pueden para espantar al monstruo. Vecinos sin más ayuda que mochilas de agua enfrentándose a las llamas en primera línea. Buena gente serrana dando acomodo a los evacuados de Gascueña, Prádena, Fraguas y Monasterio. Un ambiente seco y penetrante. Una turba incandescente en la inmensidad de los montes. Un pavor.
Así está la Sierra de Guadalajara desde que ayer por la tarde se decretara la alarma por los dos incendios declarados en la zona: uno en el término municipal de Bustares y otro en la zona de Cogolludo. El Gobierno de Castilla-La Mancha dio por controlado éste último durante la mañana del viernes, pero aún sigue activo y con llamas que están devorando una de las entradas al Parque Natural de la Sierra Norte de Guadalajara.
El problema de los incendios es que una fría cifra de hectáreas -en este caso, al menos, 2.500-, no refleja la magnitud de una tragedia. La riqueza de los entornos naturales se calibra por lo valioso de su fauna y de su flora, pero hay un margen que excede la biología para pasar al terreno emotivo. Eso es lo que ocurre este fin de semana en el norte de Guadalajara.
La montaña sagrada de los guadalajareños
El fuego sigue arrasando los pinares cercanos a Cogolludo y se ha llevado por delante la vegetación de buena parte del Alto Rey. El Alto Rey son palabras mayores en Guadalajara. Enclavada a 1.848 metros de altitud, está considerada la montaña sagrada de los guadalajareños. Allí se celebra una ancestral romería en septiembre y desde la ermita levantada en la cima se divisa casi toda la provincia y parte de las vecinas Madrid, Soria y Segovia.
"No es un punto cualquiera, esta vez el fuego nos ha tocado en lo más sensible de nuestra fibra", cuenta afligida una de las personas que han ayudado en las tareas de extinción.
El miedo se adueñó de las poblaciones que están alrededor de donde se originaron ambos fuegos, tan cercanos que quienes bregaban en uno oteaban las llamas del otro. En el ayuntamiento de Arbancón se desgañitaron clamando auxilio y advirtiendo del riesgo de ir a mayores. Los técnicos con lo que hablamos anoche consideraban la situación "fuera de capacidad de extinción", que quiere decir que por circunstancias de la velocidad o la intensidad del fuego, el incendio no podía extinguirse en esos momentos. Las llamas quemaron algunas casas de una urbanización y ayer se quedaron a apenas mil metros del pueblo de Monasterio.
Unos kilómetros más arriba, el frente de Bustares se descontroló en los barrancos de Gascueña y se corrió el peligro de extenderse a toda las faldas de la montaña, que cobija joyas como la reserva fluvial del río Pelagallinas. Esta zona es el corazón del Parque Natural de la Sierra Norte, un espacio de casi 126.000 hectáreas que abraza 35 municipios de la cornisa norte de la provincia. Aunque lejos del epicentro del incendio, el Hayedo de Tejera Negra, el macizo del Pico del Lobo y la reserva nacional de caza de Sonsaz forman parte de este gigantesco rincón natural.
Más de 400 personas se han movilizado durante las últimas horas. Alrededor de 80 medios terrestres y una veintena aéreos. Profesionales a prueba de recortes, pero también gente de a pie, hombres hechos y derechos que se arrancan a llorar cuando ven arrasado el paisaje de su vida. "Por la tarde estuvimos muy desatendidos. Faltaron medios y la Junta reaccionó tarde porque se hubiera podido apagar el fuego en la primera hora si hubiera habido más efectivos", señalan desde el ayuntamiento de Bustares.
Noche larga, dura y triste
La de ayer fue una noche larga, dura y triste en Guadalajara. El mapa de riesgo advertía de temperaturas superiores a los 35 grados y vientos de 50 kilómetros hora, pero los vecinos de estos pueblos se preguntan si Castilla-La Mancha está preparada para afrontar un fuego así cuando las condiciones se empinan de esa manera.
"La intervención de la UME ha sido clave para evitar una tragedia aún mayor en el Alto Rey", advierte un retenero. El sábado ha amanecido aún con muchas dificultades. En Zarzuela de Jadraque tienen ahora mismo las llamas a cuatro kilómetros del casco urbano. El calor se ha suavizado, pero el viento se mantiene.
Desde la catástrofe mortal del incendio de 2005, que segó la vida de 11 miembros del retén de Cogolludo y calcinó 13.000 hectáreas en los pinares del Ducado, el fuego produce un escalofrío perenne en Guadalajara. Aunque las proporciones y las consecuencias no tengan nada que ver, en el imaginario colectivo de este territorio aparece el drama de 2005 cada vez que un incendio irrumpe en verano.
El pasado 17 de julio se cumplieron nueve años de aquel triste suceso. Algunas de las personas que lo sufrieron han tenido que enfrentarse de nuevo al fuego. Es el caso de Julio García, alcalde de Bustares, quien perdió un hijo en el incendio del Ducado. "Vengo ahora de subir a la sierra y la impresión es dantesca. Es desolador contemplar el Alto Rey".
Sus palabras transmiten una mezcla de rabia y emoción contenidas. No es una queja colérica, sino el sentimiento de quien hunde sus raíces en una superficie que acaba de esfumarse. Es un mensaje similar al que irradian todos aquellos que hoy, como hace nueve años, se preguntan en la sierra de Guadalajara: ¿cuándo aprenderemos la lección contra las incendios?